No entraba en mis planes hablar esta semana sobre energía, sin embargo, aquellos que me conocen saben que para mí no existen las casualidades (sino las causalidades) y, después de los últimos días en los que he hablado de este tema con distintas personas, y yo misma he podido experimentarlo también, considero que no hay mejor momento que este para escribir este post.
Ya van quedando atrás (al menos para muchos de los que hemos seguido el camino de la Ciencia) los tiempos en los que acostumbrábamos a observar el mundo a través de las gafas de la física newtoniana. La física cuántica nos viene demostrando desde hace ya unos cuantos años que nuestro mundo está hecho realmente de energía y no de materia, como se creía. Desde que Einstein demostró que E=MC2, sabemos que la materia puede ser a la vez energía sin dejar de ser materia, dos manifestaciones de una misma realidad. Porque todo lo que existe en el Universo son distintas formas de manifestarse la energía.
Más adelante hablaré de todo esto en mayor profundidad. Sin embargo, para introducir el tema de esta semana basta ahora con saber que todo tejido vivo genera un campo electromagnético (energía) derivado de los procesos biológicos del cuerpo, el cual está en constante comunicación con el entorno intercambiando información (pues toda comunicación es información). El intercambio de información de un organismo con su entorno permite que ese organismo pueda adaptarse a las condiciones que le rodean y, por tanto, sobrevivir. Por lo tanto, la energía es inherente a la vida y todo lo que va a favor de la energía va a favor de la vida.
Gran cantidad de autores nos hablan de la importancia que tiene la energía para los organismos vivos, y de cómo en función de la cantidad y, sobre todo, la calidad de la que esté hecha esa energía, puede verse afectada nuestra salud.
¿Alguna vez te has parado a observar cómo afecta esta energía a tu día a día?
A menudo, escucho frases como “hoy no tengo suficiente energía, estoy agotada/o”, “siento como si me hubiera descargado por completo de energía”, “necesito recuperar un poco de energía para poder hacer eso que tenía en mente”. Yo misma me he sorprendido, muchas más veces de las que me gustaría, pensando o expresándome a través de frases similares.
Sentirse así puntualmente no tiene repercusión alguna sobre nuestro estado de salud. El balance energético de nuestro organismo es el resultado de la diferencia entre la energía que generamos y la que perdemos. Basta una noche de descanso reparador para que el cuerpo sea capaz de regenerar la energía necesaria para continuar. Sin embargo, cuando este estado se repite de forma continuada, convirtiéndose incluso en el estado habitual con el que convivimos día a día, es cuando puede ser necesario observar qué puede estar ocurriendo.
Como veremos también más adelante, nuestro cuerpo se expresa, se comunica con nosotros de una y mil formas para que podamos tomar consciencia de lo que puede estar ocurriendo por dentro. Y la percepción de la energía que tenemos es una de estas maneras. ¿Qué puede estar diciéndonos nuestro cuerpo cuando nos sentimos agotados de forma permanente o casi permanente?
Tal y como dice Caroline Myss, en su libro Anatomía del Espíritu, “el agotamiento permanente y progresivo, que embota la claridad mental y emocional, es un síntoma energético que indica que algo va mal en el cuerpo”. Y en nuestra mano está el escuchar ese mensaje de agotamiento e indagar un poquito más acerca de qué puede estar ocurriendo para encontrarnos así.
En mi experiencia personal, confieso que tengo cierta tendencia a terminar encontrándome de esta manera. Cuando esto ocurre, lo primero que pienso es ¿qué es lo que está haciendo que esté perdiendo energía? ¿a qué le estoy otorgando ese poder? Entonces, cojo papel y boli y me pongo manos a la obra.
- Por un lado, en una columna, apunto todas aquellas situaciones que considero que me pueden estar haciendo perder energía en esos momentos. ¿Qué me impulsa a tener fugas de energía?
- A continuación, en una segunda columna, apunto qué está en mi mano para conservar mi energía en esas situaciones concretas. ¿Qué puedo hacer de diferente? A veces esas acciones requieren la toma de decisiones más drásticas (como dejar de hacer determinadas cosas que he incorporado como un hábito, alejarme de determinadas personas o cambiar ciertas creencias). Otras, simplemente, requieren acciones sencillas, como un simple cambio de una conducta o un pensamiento.
- Por último, en una tercera columna, escribo todas aquellas cosas que puedo hacer y que he comprobado que me ayudan a generar energía, de manera que pueda contrarrestar esa potencial pérdida de energía en determinados momentos. Y aquí entran en juego muchas cosas. Desde todo aquello con lo que disfruto como una niña (como pintar, o realizar cualquier otra actividad artística creativa), pasando por aquello con lo que me siento reconfortada y conectada conmigo misma (como darme una ducha caliente, caminar en silencio por la naturaleza, recibir una sesión terapéutica de sonido o sentarme tranquilamente con los ojos cerrados a oler un aceite esencial que me ayude a elevar mi energía), hasta las cosas más obvias meramente físicas (como la manera de alimentarme, el descanso o el ejercicio físico).
¿Y sabes qué?
La mayoría de las veces descubro que lo que se esconde detrás de mis principales fugas de energía no son actividades ni un ritmo de trabajo alto, sino mis pensamientos negativos. A ellos les otorgo casi la totalidad de mi poder.
La neurobióloga Candace Pert nos habla de los neuropéptidos, sustancias químicas que son activadas por las emociones y que ejercen una función a nivel biológico, en nuestras células, tejidos y órganos. La emoción proviene a su vez de un pensamiento. Por tanto, tal y como dice Caroline Myss, hablaríamos de que “los neuropéptidos son pensamientos convertidos en materia”, o mejor dicho…en energía.
Hablaremos más adelante de cómo influye la calidad de los pensamientos que tenemos en la construcción de nuestra biología, de nuestra realidad diaria y de que podemos hacer para recuperar nuestro poder, para recuperar el control de nuestra propia vida. Por el momento, me gustaría despedirme en este post haciéndote la siguiente pregunta:
¿Qué se te ocurre que puedes hacer para cuidar de tu energía?




