¿Qué es la salud y qué es la enfermedad? Nuestra fuerza vital: “Vis Medicatrix Naturae”

“No es el médico ni sus medicinas los que curan las enfermedades, sino la Naturaleza reaccionando contra la causa morbosa; si bien el médico puede ayudar a aquella a reprimir la fuerza de los males que la oprimen”– Hipócrates

Desde pequeños aprendemos necesariamente a convivir con la enfermedad. Nos encontramos con virus y bacterias, nos caemos, nos damos golpes, comemos alimentos en mal estado. Experimentamos, entre otras, alteraciones en la piel, trastornos hormonales, neurológicos, reumáticos, mentales o cardiovasculares.

Aprendemos a convivir con la enfermedad…

Y aprendemos a hacerlo desde el miedo. “La salud es lo más importante”, solemos escuchar por todas partes. Porque “mientras haya salud, podemos hacer cualquier cosa”. Y la verdad es que en esto estoy (casi) de acuerdo.

Pero… ¿Qué es realmente la enfermedad y qué es realmente la salud?

Todos sabemos lo que desde pequeños nos han contado. Uno está sano y, por alguna razón, de pronto (o paulatinamente, según el caso) enferma. Y es entonces cuando parece que todos nuestros esfuerzos deben dirigirse, principalmente, a eliminar los síntomas que muestra la enfermedad que nos ha alcanzado. En ocasiones, “tenemos suerte” y parece que la medicina (alopática o natural, lo mismo da) consigue averiguar la causa que ha dado lugar a esa enfermedad (o, al menos, existe una idea de la que podría ser la causa más probable). Pero en otras muchas ocasiones esto no es posible y no queda otra que tratar los síntomas derivados de la misma, quedándonos en espera, prácticamente indefensos e impotentes, preguntándonos “qué tan mala suerte tengo para ser, precisamente yo, el blanco de esta enfermedad”.

Si a estas alturas aún sigues leyendo, podrías querer escuchar otro punto de vista. Ni mejor ni peor, pero quizás pueda ayudarte a entender qué podría haber de útil y necesario en la enfermedad. Si…has escuchado bien: “útil y necesario”. Porque como puede que ya te hayas dado cuenta, si eres de esas personas observadoras que acostumbran a reflexionar, en la naturaleza, en la vida, nada parece “dar puntada sin hilo”. Todo se encuentra tan perfectamente encajado y conectado (no hay más que pensar en lo que hay en el interior del cuerpo humano) que resulta muy raro, quizás hasta algo ofensivo, creer que haya algo en esta vida que no responda a algún “para qué”.

Según la filosofía naturista, la cual se basa en la comprensión de la naturaleza y sus leyes desde el AMOR a la sabiduría (a la Verdad), la enfermedad es el intervalo existente entre dos estados de salud dentro de un ciclo infinito de enfermedad-salud.

¿Qué quiere decir esto?

Que, si se pasa de un estado de salud A, a un estado de salud B distinto, la enfermedad sería, simplemente, la porción de espacio-tiempo comprendida entre estos dos estados. Así de simple.

¿Y qué impulsa a nuestro organismo a pasar de un estado de salud inicial a otro estado de salud diferente?

El ambiente. Y como ambiente, tal y como veremos más adelante, entendemos desde un virus, una bacteria, un golpe, un alimento en mal estado, las radiaciones electromagnéticas, una toxina, un estado emocional o un pensamiento (entre otros). Es lo que se conoce como estímulo o agente estresor.

Como ya sabemos, el ser humano es un sistema abierto que se comunica e intercambia “cosas” con el medio que le rodea. Y gracias a ello podemos sobrevivir. Cuando hablamos de la verdadera inteligencia hablamos de esa que viene dada por nuestra capacidad de adaptarnos al medio que nos rodea. Ser más capaz de adaptarte te permite sobrevivir mejor y, por lo tanto, te hace más inteligente. Desde este punto de vista, ¿quién podría dudar de que las plantas son seres vivos extremadamente inteligentes? Ese podría ser otro interesante tema que abordar en otra ocasión. Volvamos a lo nuestro.

Cuando el organismo topa con un agente estresor es como si este le dijera “ha llegado el momento de adaptarse”. Y entonces el cuerpo pone en marcha la “maquinaria”, se organiza y responde al estímulo con el objetivo de adaptarse lo mejor posible a ese “nuevo ambiente” en el que ahora tiene que vivir. Esta respuesta genera un cambio en el organismo que produce, a su vez, un desequilibrio conocido como estado morboso, el cual cursa con una determinada sintomatología (esa que percibimos cuando estamos enfermos). En ese momento, todos los esfuerzos del organismo irán encaminados a lograr la adaptación y alcanzar así el nuevo estado de salud. Y es este intervalo, entre el punto desde el que se inicia el cambio hasta el punto en el que se alcanza la adaptación, lo que se conoce como “enfermedad”.

¿Y qué necesita exactamente nuestro organismo para adaptarse y alcanzar el nuevo estado de salud?

Básicamente, ENERGÍA. Lo que Hipócrates, el padre de la Medicina (o, mejor dicho, el “padre de la Naturopatía) llamó fuerza vital, su Vis Medicatrix Naturae.

Cuanto mayor sea nuestra fuerza vital, cuanta más energía tengamos (y de mejor calidad), mayor capacidad tendremos de eliminar la causa morbosa y adaptarnos a la nueva situación, llegando así al estado de salud B.

¿De qué depende, a su vez, esta energía?

De nuestro paradigma vital personal. Lo que muchos conocemos como “terreno”. Y este terreno no es únicamente físico como se suele, a menudo, pensar. No basta con alimentarse adecuadamente, hacer ejercicio o descansar bien. Nuestro paradigma vital comprende varias dimensiones interrelacionadas entre sí: física, emocional, mental, social y espiritual. Y todas ellas influyen sobre nuestra energía y, por tanto, sobre nuestra capacidad de adaptación.

Y en base a todo esto, ¿qué podemos hacer nosotros para ayudar a nuestro cuerpo a sanar?

En mi opinión no se trata de no acudir a médicos o cualquier otro profesional de la salud. La medicina es necesaria, sin lugar a dudas. Para empezar, se trata de ver la enfermedad con otros ojos. De comprender el sentido que tiene. Y después, salir de esa “posición de espera” y ayudar a nuestro cuerpo a adaptarse, a sanar. Y para ello, podemos trabajar nuestra vitalidad (fuerza vital) trabajando nuestro terreno. Independientemente del tratamiento externo que estemos llevando, el cual puede ser perfectamente válido y complementario.

La enfermedad y la salud son fases de un mismo proceso: el proceso de estar VIVO. Todo está en constante cambio, todo lleva un ritmo, todo se moviliza, todo está en un continuo proceso de EVOLUCIÓN. Y la salud es “capacidad de adaptación”. Es flexibilidad.

La próxima vez que estemos enfermos, quizás cabría identificar si estamos yendo en contra de la enfermedad y, en ese caso, preguntarnos si “al ir en contra de la enfermedad no estaremos yendo, también, en contra, de la salud”.

Soy una profesional con 14 años de experiencia en Life Sciences y una sólida base científica (Licenciatura en Bioquímica). Estoy certificada en Coaching personal y de equipos y especializada en Neurociencia e Inteligencia Emocional. Tras una trayectoria técnica en entornos regulados (GMP, GDP, ISO 9001), he descubierto mi verdadera vocación en el acompañamiento de personas, la formación y el desarrollo organizacional. 

Con experiencia en coordinación, gestión del cambio, gestión del estrés y mejora continua, mi objetivo profesional es, por un lado, impulsar dentro de la empresa culturas de trabajo más humanas, resilientes y sostenibles, donde el bienestar y el rendimiento vayan de la mano; acompañar a personas y equipos a desplegar su potencial en entornos saludables que favorezcan tanto el crecimiento individual como el éxito de la organización.

Fuera de la empresa, acompaño a las personas, desde la formación y el coaching, a autoconocerse, a explorar con curiosidad, a aprender a “hacer fácil lo difícil”. A reconciliar e integrar luces y sombras. A recordar quienes son. A comprender y vivir con paz interior. A transformarse. 

Diseño y adapto herramientas, estrategias y programas basados en todo lo que sé y todo lo que soy.