¿Qué es la relajación?
La relajación es una forma natural de estar el cuerpo cuando no se está haciendo nada, es decir cuando no se está usando un determinado grupo muscular. Los niños pequeños y los animales lo hacen constantemente, cuando necesitan usar un músculo lo contraen y cuando no lo necesitan usar lo relajan. ¿Has observado la posición de la pata de un gato cuando está descansando? ¿o lo que ocurre cuando soltamos la mano de un bebé que está durmiendo y esta cae a plomo sobre su cuna?
A medida que vamos creciendo dejamos esta práctica natural y vamos aprendiendo a estar cada vez más contraídos y tensos, independientemente de que estemos o no estemos llevando a cabo alguna actividad, de manera que determinados grupos musculares se encuentran contraídos casi constantemente y entonces aparece el dolor en distintas zonas del cuerpo, como la cabeza, la espalda, el cuello, los hombros, los costados, etc.
Se ha visto que existe una relación entre esta contracción continuada del cuerpo y la angustia que puede generarse a nivel del cuerpo físico, la cual está basada en un mecanismo asociado con el sobresalto, con el miedo, y con la activación por tanto de una parte del sistema nervioso vegetativo, el sistema nervioso simpático.
El sistema nervioso simpático tiene una función sumamente importante para la supervivencia. Gracias a él un animal puede huir o atacar ante un peligro y, de esta manera, ponerse a salvo (no hay más que recordar alguna de las imágenes que hemos visto infinidad de veces en los documentales sobre naturaleza, en las que una gacela, por ejemplo, activa rápidamente una respuesta de huida cuando ve acercarse a un león). Y gracias a él, nosotros reaccionamos ante una situación de peligro, como puede ser una agresión a punta de pistola o un coche que se nos echa encima, huyendo, protegiéndonos o enfrentándonos a ella. El sistema nervioso simpático permite, entre otras acciones, contraer rápidamente los músculos y generar así la respuesta adecuada que conduzca a la supervivencia. Sin embargo, cuando no existe un peligro real que amenaza nuestra vida y activamos el mismo mecanismo de supervivencia, es nuestra mente la que, al imaginar que, si existe tal peligro, da la voz de alarma y pone en marcha el sistema nervioso simpático, con todo lo que eso conlleva. Entonces, en lugar de “amenaza real” hablamos de “amenaza imaginada” y la respuesta útil de miedo deja de ser tan útil y pasa a llamarse angustia (cuando hablamos a nivel del cuerpo físico) o ansiedad (cuando la angustia es psíquica).
¿Por qué nuestra mente interpreta una situación no peligrosa como peligrosa? Ahí entran en juego nuestras creencias, alojadas en nuestra mente inconsciente. Pero de ello hablaré más adelante.
Cuando reaccionamos una y otra vez con angustia a situaciones de peligro imaginadas, algo que es cada vez más común en los tiempos que vivimos, entrenamos una y otra vez esta respuesta, de manera que creamos el hábito y la puesta en marcha de este mecanismo se va haciendo más y más automática. Como uno de los efectos es la contracción muscular, cada vez nos encontramos más contraídos y el dolor se vuelve habitual.
Esta contracción muscular no se produce únicamente en la musculatura esquelética voluntaria (brazos, piernas, hombros…) sino también en la musculatura lisa involuntaria (músculos de las paredes de órganos y estructuras como el estómago, el intestino y los vasos sanguíneos). La contracción mantenida de estos músculos involuntarios puede contribuir, por ejemplo, a dolores de origen vascular (como determinados dolores de cabeza), hipertensión arterial o isquemia coronaria (angina de pecho o infarto).
¿Para qué aprender a relajarnos?
Para ayudar a disminuir los efectos de la angustia a nivel del cuerpo físico (contracción muscular mantenida y dolor, entre otros) y con ella la angustia psíquica, la ansiedad, la cual es la base del estrés mantenido en el tiempo (el que no es útil).
La neurociencia nos dice que tenemos, en realidad, 7 sentidos (y no 5 como se creía). Además de la vista, el oído, el gusto, el olfato y el tacto (llamados sentidos de la exterocepción) tenemos el sentido de la interocepción (información que le llega al cerebro de lo que sucede dentro del organismo procedente del corazón, de la respiración, del estómago, del intestino) y la propiocepción (la información que le llega al cerebro de cómo está mi cuerpo por fuera, la postura, los gestos y las sensaciones que yo tengo a lo largo de mi cuerpo). Además, los que tienen más importancia para nuestro cerebro (a los que este da prioridad a la hora de generar una respuesta ante un estímulo) son precisamente estos dos últimos: la interocepción y la propiocepción.
Por tanto, si aprendemos a relajar el cuerpo físico, tanto la musculatura voluntaria (músculo esquelético: brazos, piernas, hombros, expresión facial,…), como la involuntaria (músculo liso: músculos de las paredes de órganos y estructuras como el estómago, el intestino y los vasos sanguíneos), estaremos enviando desde el cuerpo la señal a nuestro cerebro (a través de estos dos sistemas de percepción, interocepción y propiocepción) de que “todo está bien”, contribuyendo así a que active la respuesta parasimpática y desactive la respuesta simpática, haciendo que disminuya la ansiedad.
¿Cómo podemos saber si estamos en un estado de relajación o de tensión?
Los estudios dicen que gran parte de la población no somos conscientes de nuestro propio cuerpo, por lo tanto, se nos hace difícil identificar, entre otras cosas, cuando nos encontramos en un estado relajado o tenso. Es muy importante aprender a observar nuestro cuerpo, pues esta consciencia corporal puede ser nuestra gran aliada en nuestro día a día, en aspectos tan importantes como son la gestión de las emociones o la toma de decisiones.




